jue. Oct 16th, 2025

Carolina Pulido; 60 metros bajo el agua

PorPedro Mendoza

octubre 16, 2025
Su historia es una travesía que parte de las aguas cálidas del Caribe colombiano, atraviesa los fondos del Mar Rojo y se entrelaza con la literatura, la docencia y el trabajo humanitario. Foto Cortesia

Actualmente,

Cada cuerpo de agua tiene su carácter, dice: “El Caribe me conecta con mi alegría y mis raíces; el Atlántico me enseña disciplina y resistencia; el Mediterráneo es como una reina, hermosa pero con carácter fuerte; y Dahab es el paraíso para cualquier apneísta”.

En cada inmersión, Carolina Pulido no solo desciende en el agua: se sumerge en sí misma. “Uno se enfrenta a sus límites, pensamientos y emociones —dice— y aprende a confiar”. Para esta apneísta, escritora y cartagenera de alma, superar los 60 metros de profundidad no es una cifra técnica, sino una metáfora. “En la apnea aprendí que la profundidad no está en los metros, sino en la presencia. Si me pusiera a pensar en 60 metros, me moriría de miedo y no iría. Pero vivo intensamente cada metro, cada etapa de la inmersión”. Hablo con el diario EL Espectador desde Roma. 

Entre la poesía y las profundidades del océano, Carolina ha forjado un lenguaje propio. Representó a Colombia en el Campeonato Mundial de Apnea de Profundidad AIDA 2025, celebrado en Limassol, Chipre, del 20 de septiembre al 3 de octubre. Hoy, desde Roma —donde se encuentra tras su paso por el torneo—, habla con *El Espectador* de su trayectoria, sus aprendizajes y los desafíos de ser mujer en un deporte extremo.

Su historia es una travesía que parte de las aguas cálidas del Caribe colombiano, atraviesa los fondos del Mar Rojo y se entrelaza con la literatura, la docencia y el trabajo humanitario. En tierra, como bajo el agua, ha vivido sus propias “inmersiones”: procesos personales y emocionales que la han llevado a reinventarse una y otra vez.

En Chipre, compitió con una marca de 56 metros —y ha superado los 60 en entrenamiento—, pero su balance va más allá del resultado técnico.Foto Cortesia.

“La apnea me enseñó a respirar en medio de la incertidumbre, a confiar en mí misma y a encontrar serenidad incluso en los momentos más oscuros”, afirma. Tiene la autoridad para hablar del mar como lo hacen los poetas, y quisiera prestarles sus ojos para que vean lo que ella ve allá abajo: “el abrazo de la madre”, como llama a la presión del agua.

“La profundidad es efímera, como las mejores cosas de la vida —describe—. No puedes permanecer allí más que unos segundos, pero en ese instante sientes que no necesitas aire, que no necesitas nada. Eres uno con el mar: una gota pequeñita, pero infinita, porque lleva todo el peso del océano”.

En un deporte donde el afán por ir más profundo puede tener consecuencias fatales, Carolina ha elegido otro camino. “Mi mayor logro no son los metros, sino haber aprendido a avanzar al ritmo de mi cuerpo”.

En Chipre, compitió con una marca de 56 metros —y ha superado los 60 en entrenamiento—, pero su balance va más allá del resultado técnico. “Pensaba que era especial por llegar a los 60 metros en menos de dos años… pero allí conocí a personas mucho más experimentadas. Aprendí de cada una”, confiesa. Enfrentar un mar nuevo, con condiciones distintas y rodeada de los mejores del mundo, le recordó que la apnea no se trata solo de alcanzar una marca, sino de escuchar al cuerpo y al entorno.

 

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“Hubo resultados de todos los colores —tarjetas blancas, amarillas—, pero cada inmersión me enseñó algo: la importancia de la calma, de aceptar lo que es y de disfrutar el camino”, dice. 

Aunque nació en Bogotá, se reconoce cartagenera por elección. “Cartagena es mi ciudad del alma. Hay amores tan profundos que basta un solo encuentro para reconocerse”. En sus calles, cafés y atardeceres ha encontrado las versiones de sí misma que más disfruta: la profesora, la poeta, la apneísta. Cada una de sus respuestas está impregnada de la lírica de quien viaja al fondo del mar usando solo sus pulmones.

Su primer encuentro significativo con el océano fue en Isla Grande, en el Caribe colombiano, donde hizo su curso de buceo PADI. Lo que debía durar una noche se convirtió en varios días. “Esa isla me enamoró: su gente, sus paisajes, sus corales. Allí tuve mi primera clase de apnea, aprendiendo de los locales y de algunos paisas que pescaban con arpón”. La libertad que sintió bajo el agua la inspiró a escribir su próximo libro. Desde entonces, el mar se volvió su vida.

La apnea te da algo fundamental para la creatividad: quietud, ocio… En este mundo tan agitado, olvidamos que el ocio es la madre de la creatividad”, reflexiona.

Con 35 años, Carolina construye su rutina entre la escritura y el entrenamiento físico y mental. “No vengo del mundo de la natación ni de ningún deporte competitivo. He tenido que construirlo todo desde cero: técnica, fuerza, movilidad… y, sobre todo, confianza”.

Su semana incluye sesiones en piscina para perfeccionar la patada, la eficiencia y el control del ritmo; gimnasio para fuerza funcional y prevención de lesiones; y ejercicios en seco como apnea estática, estiramientos, meditación y trabajo de compensación. En temporada de profundidad, traslada todo al mar.

Cada cuerpo de agua tiene su carácter, dice: “El Caribe me conecta con mi alegría y mis raíces; el Atlántico me enseña disciplina y resistencia; el Mediterráneo es como una reina, hermosa pero con carácter fuerte; y Dahab es el paraíso para cualquier apneísta”.

Y al subir: “Pienso en la luz. En volver. A veces visualizo rostros de las personas que amo, o simplemente agradezco. Foto Cortesia.

Uno de sus mayores desafíos actuales es la maternidad. “Tengo 35 años, y estoy en ese punto en que el cuerpo y la vida te piden elegir: o entregas todo al deporte, o abres espacio para formar una familia”. Pero, como en la apnea, sabe que hay que escuchar los tiempos del cuerpo.

Aunque la apnea puede parecer solitaria, Carolina insiste en que es una práctica colectiva. “Escribí en un poema que es un viaje que emprendes solo, pero siempre parte de una tribu”. Detrás de cada inmersión hay una red de apoyo: compañeros, instructores, entrenadores, amigos. Reconoce que es un deporte extremo, pero subraya los protocolos que lo hacen cada vez más seguro. “Lo más importante es conocerse y respetar los propios límites. Hacerlo desde el amor y la pasión, nunca desde el ego”.

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Hace una pausa y habla de un sueño: un campeonato mundial en San Andrés. “Quiero que Colombia se convierta en un referente internacional en apnea, especialmente para mujeres”. Recuerda con admiración a Sofía Gómez, figura mundial en la disciplina, y con cariño a Cristian Castaño, fundador de la Colombian Cup, quien falleció en agosto pasado y fue su último instructor certificado. “El sueño de Cristian era que un día el mundial se hiciera en San Andrés. Yo lo veo posible. Las condiciones son ideales: clima, mar, incluso cámara hiperbárica”.

Además del evento deportivo, sueña con llevar talleres de escritura y apnea a comunidades costeras. “Allí el mar es parte de nuestra identidad, pero no siempre de nuestras oportunidades”.

¿Cómo logra repartir el aire entre el océano, su trabajo en organismos multilaterales y la escritura? “En mi trabajo doy el 100 %, al igual que cuando enseño, estudio o entreno. Creo que se puede hacer todo… pero no todo al mismo tiempo”. Para competir en Chipre, puso en pausa su vida privada, laboral y académica, dedicándose por completo a la apnea.

Con más de una década de experiencia en organismos como UNICEF, la FAO y el PMA, ha trabajado en contextos de emergencia humanitaria. Es profesora en universidades de Francia e Italia y cursa un doctorado en el Reino Unido.

Carolina ha publicado dos poemarios: Trece y aMar y otras adicciones. Su obra busca conectar la literatura con el mar, mostrando que la apnea no es solo un deporte extremo, sino una forma de introspección.

Cuando le pregunto por el número trece —presente en su obra—, responde con ternura: “Trece es la edad que tenía cuando murió mi papá, de ahí el título de mi primer poemario. Es mi número de la suerte: fue cuando escribí mi primer poema y también la profundidad a la que hago el *mouthfill*, esa técnica en la que paso el aire de los pulmones a la boca para protegerme en inmersiones profundas. Aunque en la costa se evite decirlo (12+1), para mí representa que de los momentos más oscuros puede nacer el arte, la belleza y la vida”.

Ha publicado dos poemarios: Trece y aMar y otras adicciones. Su obra busca tender puentes entre la literatura y el mar, mostrando que la apnea no es solo un deporte extremo, sino una forma de introspección. “Bajo el agua no hay silencio, sino una conversación distinta con uno mismo”. Editar y escribir mientras entrena ha sido un acto de equilibrio: dos disciplinas que se nutren mutuamente.

Actualmente trabaja en un nuevo libro con la editorial Periscopio, donde el mar y la apnea ocupan un lugar central.

Al final de la entrevista, le pregunto qué piensa cuando baja al fondo del mar… y cuando vuelve a la superficie.

“Al inicio del descenso, pienso en la técnica: en compensar, en seguir cada etapa. Pero después de unos metros, todo pensamiento se disuelve. Llega un momento en que el cuerpo cae solo, y lo único que existe es el sonido, la línea que pasa rápido y el latido del corazón”.

Y al subir: “Pienso en la luz. En volver. A veces visualizo rostros de las personas que amo, o simplemente agradezco. Es un viaje interior: bajo para encontrarme conmigo misma y subo para compartir esa paz con el mundo de arriba”.

 

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