vie. Dic 13th, 2024

Con la millonaria “inversión” que hizo el gobierno con la Casa de Colombia en Davos, me pongo a pensar: y si le funciona y se nos llena el país de europeos ansiosos de conocer el país, potencia de la vida, ¿con cuántos turistas y en cuánto tiempo se recuperará el dinero y se obtendrán ganancias? Porque cuatro mil millones de pesos es mucho dinero y el retorno, hasta convertirlo en impuestos que le entren al fisco, es largo y tedioso.

Es un cálculo interesante, sin tener ni idea del negocio turístico me coloco simplemente en los zapatos de los potenciales viajeros; eso sí lo sabe hacer cualquier colombiano con la experiencia de vacacionar en destinos nacionales y bueno, cuando el dólar no está por las nubes, también en el exterior.

Lo primero que se hace es averiguar por el lugar: qué atractivos tiene, los hoteles y su costo, la comida y su precio, las condiciones sanitarias, los comentarios en las plataformas hechos por anteriores viajeros y luego lo que define cualquier destino: la seguridad; nadie se atreve a arriesgar su integridad personal y menos poner en peligro su vida y la de sus seres queridos; ante las dudas, mejor quedarse en casa.

Con la realidad actual de Colombia, opino que no se nos van a anotar muchos extranjeros y ahí se deben mirar los estratos: el turista clase alta, buscará ciudades capitales y hoteles de lujo donde posiblemente sobreviva mientras no se le ocurra salir a caminar; allí nuestro visitante se enfrentará a la posibilidad de morir cuando lo aborden bandidos en moto y sin mediar palabra le propinen una puñalada por resistirse al asalto.

Si toma un taxi en la vía, ante los riesgos de la calle, podría ser emburundangado; si no muere de sobredosis, quedará sin un dólar en sus cuentas bancarias y su cuerpo adormecido a merced de otros delincuentes en cualquier oscura calle.

Pero si se trata de un mochilero, de los que usan transporte público, sus riesgos irán desde el cosquilleo, donde perderá sus pertenencias sin sentir nada, hasta la puñalada por no “colaborarle” al hampón de turno. Peor podría ser, cuando delincuentes armados aborden su bus y sometan a todos los ocupantes, los nativos conociendo el poco valor de la vida en Colombia preferirán no resistirse, pero el turista heroico podría hasta morir en el intento.

A otros les podría interesar la costa Caribe, hermosa no lo podemos negar, pero en manos de explotadores que les podrán cobrar millones de pesos por un plato de pescado o peor aún, cargarle altísimos costos por “servicio y atención”, como lo llaman estos delincuentes; resistirse a pagar o hacer valer los derechos puede ser riesgoso, porque de las buenas maneras pasan a la agresión.

Y si luego a nuestro visitante, reclutado en Suiza con la costosa estrategia del gobierno, se le ocurre dar una vuelta en coche por la Cartagena amurallada, los cargos a su tarjeta de crédito pueden ser de varios millones. Los avivatos, como se dice coloquialmente, quieren sacarle los ojos al desprevenido visitante, como si este no tuviera acceso a redes y con sus comentarios, producto de su pésima experiencia, no fueran a narrar los abusos y así espantar futuros viajeros.

Hay otro segmento al que le gusta el turismo de aventura; Colombia en eso podría ser líder, pues hay selvas, ríos, parques naturales y playas exóticas que atraen y encantan; lo malo es que están tomadas por los narcoterroristas, quienes gozan de su mejor momento: la paz total les llegó con el actual gobierno, a ellos nadie los incomoda y nuestras Fuerzas Armadas, que en otras épocas eran ejemplo en el mundo, ahora están disminuidas, amarradas y limitadas; ¿qué turista se atrevería a venir a un país donde los soldados, óigase bien, los soldados, son secuestrados y echados a patadas de las regiones donde se supone los envían a  imponer la autoridad?

Allí nuestro turista se enfrentará a la Colombia salvaje, donde morir se ha vuelto cotidiano; también podría ser secuestrado y sometido a tratos denigrantes, todos delitos de lesa humanidad, sin embargo en nuestro país a los máximos responsables, y por eso los delincuentes no le temen a la justicia, se les premia con curules en el Congreso de la República.

Además, llegar a esas exóticas regiones puede ser un desafío a la vida: carreteras destrozadas, y no hablo de las terciarias, me refiero a las principales como por ejemplo la Ruta del Sol o la trágica vía Medellín – Quibdó; allí sus vehículos se van a destrozar o las montañas les pueden caer encima.

Peor la Panamericana Sur o la vía al Llano, allí la amenaza son los constantes cierres; no hay ley ni orden, nuestro turista podría pasarse horas, si no días, atrapado por alguna protesta.

Nuestra Potencia Mundial de la Vida no está lista, ni es atractiva, mientras no impere la seguridad y el orden. Hay buenos operadores de turismo, no quiero generalizar, pero desafortunadamente los repetitivos problemas de inseguridad o de casos de maltrato y abusos al visitante dañan la imagen del país.

Solamente se podrá volver a viajar cuando el Estado recobre el control territorial y vigile la actividad turística. ¡Extraño las épocas de la Seguridad Democrática, cuando viajar por Colombia era una delicia gracias a que había autoridades y estas controlaban el territorio!

 

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